No, Donald Trump no puede hacer lo que dice. Pero sus amenazas reiteradas al sistema electoral y sus comentarios sobre aferrarse al poder exhiben su ambición por el autoritarismo. Esto es lo último que ha dicho el mandatario.
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Las amenazas de Donald Trump a la democracia estadounidense son cada vez más frecuentes. La limitación al voto por correo, su vacilación a la hora de reconocer los resultados de las urnas y su pedido a los ciudadanos para que voten dos veces en estas elecciones son reflejo de la pesadilla en la que ha convertido esta carrera a la presidencia. Ahora ha sugerido que firmará una orden ejecutiva para impedir que Joe Biden sea presidente.
“No se puede tener a este tipo como presidente. Tal vez firmaré una orden ejecutiva, no pueden tenerlo como presidente”, dijo el mandatario durante un evento de campaña el sábado. “Es el peor candidato. El más tonto de todos los candidatos. Es el peor candidato en la historia de la política presidencial”, agregó Trump sobre Biden.
Este es solo un breve repaso por las últimas semanas de la administración Trump. Recordemos que, desde el inicio de su gobierno, el presidente ha jugado con la idea de quedarse en el poder por más tiempo del que le corresponde. En 2018, por ejemplo, elogió el hecho de que China haya convertido a su líder, Xi Jinping, en un “presidente vitalicio”. A lo que se refería era a que el Parlamento chino le dio a Xi Jinping un poder amplio durante un mandato ilimitado con el objetivo de convertir al gigante asiático en una superpotencia.
“Yo creo que eso es genial. Quizás le demos una oportunidad algún día”, dijo Trump.
El mandatario republicano también sugirió que, durante su gobierno, se debería revertir la regulación que permite a un presidente gobernar por un máximo de dos mandatos.
Sus declaraciones sugieren que estaría aspirando a gobernar por más de dos términos, como lo hizo el expresidente Franklin D. Roosevelt, el único en haber gobernado durante cuatro mandatos.
Pero por más aterradoras que suenen sus amenazas, Trump no puede cumplir con la mayoría de ellas. No podrá cambiar la Vigésima Segunda Enmienda, que ratificó el límite de dos mandatos de un presidente, y no podrá firmar una orden ejecutiva para impedir la elección de Biden. ¿Son payasadas entonces? Es difícil distinguir si se tratan de bromas o si de verdad Trump tiene intenciones de hacer lo que dice. Después de todo, sí ha minado el sistema de voto por correo y continúa emitiendo declaraciones peligrosas que podrían perjudicar el buen desarrollo de las elecciones.
La mayor preocupación ahora es que Trump cante victoria antes de lo debido. Es decir, que el 3 de noviembre, antes de que todas las papeletas sean contadas, el presidente republicano declare que ha sido reelecto por llevar la ventaja en el colegio electoral.
Ese no es un escenario tan descabellado. El gran problema con esto es que en la noche de las elecciones todavía habrá millones de papeletas que todavía no se habrán contado y, cuando estas se cuenten, el resultado podría cambiar otorgándole la victoria a Biden. Y no, esto no significa que las elecciones estén amañadas, sino que debido a la extensión del territorio estadounidense y a los retrasos que el mismo Trump y los republicanos causaron en el Servicio Postal, habrá papeletas que sean contabilizadas incluso un día o una semana después de la noche electoral.
Nada evita que Trump, de manera irresponsable, cante victoria antes y luego, cuando las urnas digan otra cosa, acuse de fraude electoral a los demócratas. Esta es una estrategia en la que ha estado trabajando durante los últimos cuatro años, incluso antes de llegar a la Casa Blanca.
Pero además de estas acciones y declaraciones tan polémicas sobre el sistema electoral y la democracia estadounidense, hay más comentarios en la última semana que exhiben grandes problemas con el presidente y su hambre por el poder. Son muchos, así que vamos a repasar solo tres en esta ocasión observando los casos más recientes: corrupción, racismo y la alegría por ver a periodistas violentados.
Corrupción
En menos de cuatro años, la administración Trump ha mostrado grandes niveles de corrupción. “Es la administración más corrupta de la historia”, dice la senadora Elizabeth Warren. El abuso de poder y la obstrucción del Congreso por el escándalo del Ucranigate, por ejemplo, puso al presidente contra las cuerdas y lo llevó a un juicio político del que se salvó gracias a la ayuda de su bancada.
El fin de semana se jactó de que Oracle, la corporación que está a punto de quedarse con el negocio de TikTok en Estados Unidos, le debe un favor por el acuerdo, así que espera que le den US$5 mil millones para destinarlos a un fondo de educación en el que se dictará la “historia real” de Estados Unidos.
Racismo
Trump tiene una lista enorme de declaraciones racistas. Esta semana habló de los “genes buenos” frente a una multitud de seguidores en Minnesota. No necesito escribir por qué esto está mal y cuán semejante es esta retórica a la de los nazis en Alemania. Acá alguien lo resume mejor:
“Como historiador que ha escrito sobre el Holocausto, diré sin rodeos: esto es indistinguible de la retórica nazi que llevó al exterminio de judíos, personas discapacitadas, LGBTQ, romaníes y otros”, tuiteó Steve Silberman, un aclamado escritor científico. “Así fue como empezó el Holocausto. No lo ignores”, agregó.
Violencia contra los periodistas
Ali Velshi es un periodista de la cadena MSNBC que recibió disparos de goma por la policía mientras cubría las protestas por el asesinato de George Floyd en Minneapolis en mayo. Para Trump, esto “fue lo más hermoso”, pues significó una pausa de toda la “mierda” que comentaron durante las protestas.
La cadena le envió al portal Vox un comunicado en el que señala que “cuando el presidente se burla de un periodista por la lesión que sufrió mientras se ponía en peligro para informar al público, pone en peligro a miles de otros periodistas y socava nuestras libertades”.
El presidente Trump siempre ha sido un enemigo de la prensa. Desconoce que esta es un pilar de la democracia. Y ahora ha declarado públicamente que lo hace feliz cuando los reporteros son violentados.
Fuente: El Espectador
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